Una vez me cagó un cóndor. Tenía unos cinco o seis años. Era un sábado de abril y mi abuela Lala me llevó al Parque Pueyrredón.
Podría haber pasado en el Parque Las Heras o la Plaza Francia. Pero no fue en ninguno de esos lugares. Aquí empezó a forjarse el primer eslabón de una cadena del destino que acabó conmigo aquí, escribiendo estas páginas.