Una vez me cagó un cóndor. Tenía unos cinco o seis años. Era un sábado de abril y mi abuela Lala me llevó al Parque Pueyrredón.
Podría haber pasado en el Parque Las Heras o la Plaza Francia. Pero no fue en ninguno de esos lugares. Aquí empezó a forjarse el primer eslabón de una cadena del destino que acabó conmigo aquí, escribiendo estas páginas.
Iba en el colectivo con los ojos cerrados, pensando en el fin de semana de sol. Después de cuarenta y cinco minutos de viaje en soledad, el colectivero me decía Es tu parada pibe y yo me bajaba en una calle de adoquines en Barrio Norte y ahí estaba mi abuela, la persona más buena del mundo, dispuesta a hacerme pasar el mejor fin de semana del mundo. Nos abrazábamos, yo me sentía finalmente despierto. Lejos de la mufa.
La acompañaba a hacer las compras. Comprábamos provisiones para el fin de semana en un supermercado de la calle Austria. Fiambrín, que era un queso con pintitas de fiambre, Nesquik, pan lactal Fargo y Coca Cola. Yo la acompañaba en la cocina mientras preparaba sus manjares para mí. Después mirábamos el informativo y ella me tapaba los ojos cuando la noticia era medio escabrosa. Comíamos, siempre delicioso y yo me iba a leer un cuento a la cama y a dormir rapidito para despertarme temprano e ir a la plaza, que era un lugar de felicidad, pasto y arena.
En Montevideo no hay cultura de “plaza”. Hay algunos parques muy lindos y la gente los usa, pero el mar se roba toda la atención. Bueno, en realidad la rambla, porque la gente de Montevideo va a la rambla y se sienta dándole la espalda al mar, nunca supe por qué. En Buenos Aires no te queda otra y la gente es muy “dominguera”, muy de la plaza. En verano se va en malla a tomar sol a las plazas. Los pastores evangélicos dan sus sermones en las plazas. Te alquilás un karting en las plazas. Te comprás una Cíndor de vidrio bien fría en una plaza. Mi escuela en Buenos Aires quedaba adentro de una plaza.
Mi abuela me acariciaba el pelo y yo sabía que era hora de despertarse y desayunar un Nesquilk caliente y unas tostadas de pan Fargo (no toleraba otras marcas), apenas tostado –nunca quemado- con manteca y azúcar. Lala respetaba mis manías infantiles como si se tratara de algo sagrado. Ahora, con la distancia de los años, entiendo que sí era sagrado todo ese ritual. Era mi momento de la semana para cargar el tanque de la alegría infantil a pleno y así contrarrestar los pesares de la semana. Mi abuela manejaba este código perfectamente y sabía que era lo único que podía hacer y por eso operaba con toda precisión.
Antes de despertar yo tenía un segundo en el que pensaba que todo podía haber sido parte de un sueño y despertaría en mi casa con todo el mal humor y los malos tratos.
Un sábado de esos fuimos al Parque las Heras, pero vino el Trencito de la Alegría y nos llevó al Parque Pueyrredón. Lala charlaba con su compañera de banco, una señora con cara de poroto de soja y pañuelo en la cabeza y yo corría alrededor del banco haciendo avioncito con los brazos y ruidito a motor. De repente vi unos niños con una pelota que jugaban al veinticinco contra la Facultad de Ingeniería. Lala interrumpió por un instante su conversación sobre la lentitud de los trámites municipales y me puso cara de que fuera a jugar. Corrí hacia ellos y todo se puso negro. Al principio tuve miedo que fuera un sueño y fuera el momento de despertarse y fuera un miércoles nefasto o peor, un lunes. Pero no me desperté. Algo había cubierto mi cara, algo pastoso. Era una especie de dulce de leche arenoso y olía muy mal. Me liberé los ojos para poder ver, tal como los 3 chiflados cuando recibían pastelazos. Miré a mi abuela y ella vino corriendo hasta donde estaba. Me miró, estaba preocupada pero también un poco tentada, la situación era demasiado rara y graciosa. La señora con cara de poroto de soja corrió a un puesto de panchos y pidió servilletas, gritando como si me hubieran atropellado. Ambas, como pudieron, me limpiaron un poco, pero la cantidad de “dulce de leche” era enorme.
Los gritos y corridas concitaron la atención de toda la plaza. Nos rodearon en círculo. Los más viejos deslizaban teorías sobre lo que me había pasado. Una señora gordita tenía la teoría de que se trataba de una paloma con diarrea, pero una parejita joven afirmó que el peso de toda esa materia era superior al de toda una paloma adulta. Yo comenté que el golpe había sido tremendo, incluso me dolía bastante la cara y estaba como atontado. Mi abuela paró un taxi y nos fuimos con la gente mirándonos. Se quedaron rascando la cabeza, discutiendo, tirando hipótesis.
Llegamos a la casa y Lala me puso en la bañera y me lavó con cuidado.
-Te cagó un cóndor –me dijo con una sonrisita muy de ella-. Vestite que comemos y nos vamos al cine.
Veinte años después del incidente de la cagada de pájaro, fui a visitar a mi abuela. Ahora vivíamos en Montevideo, yo tenía unos veintiséis años y Lala ochenta. Nos tiramos en su cama a ver el informativo como hacíamos siempre, aunque ahora ella ya no me tapaba la cara con las noticias escabrosas, sino más bien al revés. En un corte de Telemundo doce puse Discovery Channel y había un especial sobre el cóndor y ponían un mapa 3d con la zona de influencia, marcada por un punto rojo. El punto se agrandaba desde la cordillera hasta al borde de Buenos Aires.
-¿Viste Lalita? Aquel día lo que me cagó fue un cóndor.
-Siempre lo supe –contestó mi abuela, pero con cara seria. Quiero decirte algo Pablito –continuó-. Yo me estoy muriendo, pero cuando suceda vos no te podés poner mal. Soy tu abuela y te lo prohíbo. Yo ya viví todo lo que tenía que vivir y si querés darle un sentido aun más amplio a mi vida, prometeme que siempre vas a luchar por ser feliz, porque la felicidad es algo que se busca, se lucha por eso. Hasta te puede cagar un cóndor, pero siempre te podés limpiar.
En ese instante no le di tanta importancia a sus palabras. Le hice un mimo y le dije:
-Lalita, dejate de joder, no te vas a morir. Lo importante es que debelamos un misterio que tiene más de veinte años.
Cuando nos despedimos, mi abuela tenía una mirada rara. Me quedé preocupado.
Al otro día, me desperté antes y pasé antes de irme al trabajo y desayunamos juntos y le dejé a Aurora, mi perrita, para que le hiciera compañía. Le dije que volvería a las 7 para mirar el informativo y si quería me quedaría a dormir en su casa.
Mamá me llamó como a las cuatro, nerviosa. Mi abuela no contestaba el teléfono. A veces esto ocurría y finalmente no pasaba nada, Lala estaba bastante sorda. Pero esta vez pedí en el trabajo que me dejaran salir y me fui en un taxi. Cuando abrí la puerta me recibió Aurora con ladridos desesperados y supe que algo pasaba.
Cuando llegué al living, mi abuela y compañera inseparable estaba sin vida, tirada bocabajo en un sillón. Aurora le lamía los pies y me miraba. La abracé con todas mis fuerzas y me puse a llorar. Llamé a la policía, a mi vieja y un montón de cosas que ahora no recuerdo bien. Lo que sí recuerdo perfectamente, fueron esos minutos antes de todo el quilombo, cuando quedamos solos, Lalita, Aurora y yo. Miré a Lala y recordé sus últimas palabras, me sequé las lágrimas. Pensé: Tengo que hacer honor a lo que me pidió mi abuela. Me sequé las lágrimas y me quedé acostado al lado de ella, le conté lo complicado que había sido el día y algunos planes que tenía a futuro. Aurora se calmó. Deben haber sido tres o cuatro minutos, pero fueron los minutos más mágicos de mi vida, como cuando me despertaba el olor a tostadas y no era un sueño. Se vivió una paz que nunca más sentí. Recorrí el departamento con la vista y vi mis fotos colgadas en las paredes, los libros, la taza de café con leche sobre la mesa, el costurero, el diario El País, la tele prendida.
Me levanté para abrirle la puerta a la policía, pero antes fui a apagar la tele. Estaban pasando el documental de los cóndores otra vez y el locutor decía: Estos animales majestuosos vuelan con una determinación tremenda, parece no importarles las fuertes corrientes de los Andes.
herrrrrrmoso♥
ResponderEliminarMe Encantó!!!!!!
ResponderEliminarMe encantó tu historia, me sentí reflejada en lo que contabas de tu abuela,
ResponderEliminarExcelente. Te voté y me alegro que hayas ganado.
ResponderEliminartodos tuvimos una Lalita o una Aurora. Pobre del que no siente "algo" con éste hermoso texto! GRACIAS!!!!!
ResponderEliminarLloré como un pelotudo... mi abuela también entendía los códigos precisos de mi paladar. Muy buena man.
ResponderEliminarMe sequé las lágrimas en el mismo momento que vos en tu relato. Muy bueno Condor
ResponderEliminarRecién me entero de ésta pag. de Vorterix. Te felicito, me encantó.
ResponderEliminarCómo extraño a mi abuelaaaaaaaaa!!!!
ResponderEliminarMuy bueno, me encantó!
Alguien se acuerda el blog donde subían el audio de estos textos?
ResponderEliminarhttp://lomejordelosmedios.blogspot.com/ Creo que es este. Pero no siempre lo suben. Hay que insistirles que suban el de hoy.
ResponderEliminarUna historia conmovedora...me llevo a mi niñez, en la casa de mi abuela, disfrutando cada fin de semana con ella!! Y hoy, casi despues de 3 años no tenerla...la extraño tantooo!!!!!!!!
ResponderEliminarme acabo de secar las lagrimas....que lindo que tubiste esta historia en tu vida para contar
ResponderEliminarYo no tuve abuelos, pero al escuchar esta mañana en el auto no pude contenerme y lloré. Hermoso relato.
ResponderEliminarSaludos
Muy conmovedor, terminé la lectura con lágrimas en los ojos. Te felicito! Muy merecido.
ResponderEliminarhermoso, es contradictorio, lo que nos causa tristeza es el recuerdo mas lindo de nuestra vida, comparto esta historia de vida y animo a todos a ser LALAS en la vida d un niño/a. a un año de la perdida de mi mama 15 marzo 2012, me llevo en el corazon la anecdotas similares. lore burgos
ResponderEliminarPuede ser que lo haya leido en Oblogo? o en alguno otro lado, ya lo lei... es fantastico...
ResponderEliminarEn la Oblogo ;)
ResponderEliminarMuy bueno,te felicito, me aguanté las lágrimas, lo mejor de mi infancia fue mi abuela, la extraño muchísimo
ResponderEliminarMe tocó de cerca y me super emocionó! Justo iba manejando y no podía dejar de llorar! Hermosoooooo cuento! Lo disfruté un montón....
ResponderEliminarFelicitaciones!!!Imposible ..no emocionarse...y recordar A mi Abuela con su Jarrito de Neskuik y Vainillas listos esperandome en la cocina para le merienda...!!
ResponderEliminarMuy Bueno el cuento!!
http://lomejordelosmedios.blogspot.com.es/2012/03/mario-pergolini-en-vorterix-rock_7851.html Acá se puede descargar el audio del programa de hoy!!
ResponderEliminarHermoso lo que contaste. Me emocionó el amor por tu abuela porque me hizo recordar a la mía, que me crió.
ResponderEliminarCinco cuadras lagrimeando, camino al trabajo, pero contenta de haber oído esta historia en la radio.
Me creía una maricona hasta que lei los otros comentarios; aunque "mal de muchos es consuelo de tontos" sé que no soy una sola maricona. Hermosa historia.
ResponderEliminarGracias.
Fedra
Hermosa historia!Mi abuela también me hacia tostadas y me despertaba por la mañana.La extraño mucho.
ResponderEliminarQué linda historia. Yo me largué a llorar mientras manejaba en un embotellamiento. Cuando salí de trabajar, me fui corriendo a ver a mi abuelita y llenarla de besos.
ResponderEliminarMi abuela se fue ayer, lo sufro con intenso dolor, y me sentì muy identificado y conmovido por el relato
ResponderEliminarEs evidente el talento, de quien quien con absoluta simpleza, traslada al lector a la propia historia. Los olores, las miradas, lo cotidiano, todo eso que conforma el relato.
ResponderEliminarEspero que tengas gran exito, con futuras publicaciones. Es conmovedor y un gran placer, leer textos de calidad.
Ayer, mientras iba a ver a Los Cafres, me lo contó mi esposo en el auto, porque no pude escuchar la radio a la mañana y me pareció genial, ahora lo vuelvo a leer y me parece buenisimamente genial!!! ESTA INCREIBLE, ME GUSTA COMO ESTA ESCRITO, TE TRANSPORTA A ESE MOMENTO, TE VI CON TU ABUELA!!!
ResponderEliminarSimplemente hermosoooooooo! Me super emocionó... Iba manejando y no podía para de llorar! Es una historia que me tocó de cerca. Lo disfrute un montón. Hermososssssss! Te felicito por lo que escribiste loco!!!!
ResponderEliminarMientras manejaba lo escuché,te juro que se me pusieron los ojos rojos, un nudo en la garganta y las lágrimas aparecieron...fue una mezcla de tristeza y un mensaje de mucha fuerza a la vez.Fue un placer escuchar estas palabras.Nada es casual.
ResponderEliminarMis sinceras felicitaciones al justo ganador de la competencia. Realmente era el mejor de los diez cuentos. Abrazo!!!
ResponderEliminarEstaba en Retiro bajando del tren y llorando como loca, me sentí identificada porque gracias a la vida yo también tuve una Lala que me hizo super feliz! Felicitaciones!!!
ResponderEliminarYo también me quedé un buen rato junto a mi abuela, cuando decían que ya no estaba allí...pero mentían, estaba y estará siempre conmigo.Gracias por el cuento.
ResponderEliminarExcelente!!!!!
ResponderEliminarGracias por esto!!
ResponderEliminarA pesar de que no me pasó lo que a la mayoría, ni me emocioné, ni lloré; muy buen cuento. Felicitaciones.
ResponderEliminarGracias a todos por sus amabilísimos comentarios, que leí con detenimiento. Gracias al autor de este maravilloso blog y gracias a Mario por leer mi cuento. Un abrazo desde el otro lado del "charco".
ResponderEliminarYo si llore si me emocioné y se los regale a mis amigos para que lo disfruten como yo muy bueno gracias por compartirlo!
ResponderEliminarFelicitaciones a Pablo por su texto.
ResponderEliminarY gracias al autor del blog por la iniciativa.