domingo, 11 de marzo de 2012

09/03/2012 - Freakonomics

Por Steven D. Levitt y Stephen J.Dubner


El primer secreto a la hora de formular preguntas es determinar si nuestra pregunta es buena. Que no se haya planteado antes, no significa que sea buena. La gente inteligente lleva unos cuantos siglos haciendo preguntas, de modo que seguro que muchas de estas poseen escaso o nulo interés. Pero si somos capaces de preguntar algo que realmente importa a la gente y hallar una respuesta capaz de sorprenderla – es decir, si conseguimos invalidar la sabiduría convencional – entonces podemos darnos por satisfechos. Fue Kenneth Galbraith, el hiperculto experto en economía quien acuño la expresión “sabiduría convencional”.
El no lo consideraba un cumplido, es más, decía: "Asociamos la verdad a la conveniencia “ – escribió -“ a lo que mejor concuerda con nuestro interés , bienestar o promesas personales para evitar grandes esfuerzos o los poco gratos trastornos de la vida .También hallamos bastante aceptable lo que en gran medida contribuye a aumentar la autoestima". “Las conductas social y económica “, añade "son complejas, y comprender su carácter resulta mentalmente agotador. Por lo tanto, nos aferramos, como si de un bote salvavidas se tratase, a aquellas ideas que representan nuestra compresión de las cosas”
De modo así que, sigo, según Galbraith la sabiduría convencional ha de ser simple, práctica, cómoda y reconfortante, aunque no necesariamente cierta". Sería una estupidez sostener que la sabiduría convencional nunca es cierta, pero reconocer en qué momento la sabiduría convencional es falsa, al caer en la cuenta quizás de la estela de pensamientos sensiblero o interesado constituye un buen comienzo para formular preguntas.
Consideremos la historia reciente de las personas sin techo en los EEUU. A principio de los 80 un defensor de los sin techo llamado Mitch Snyder se le ocurrió decir que existían alrededor de 3000000 de americanos sin hogar. Como era de esperar, el público presto atención al problema de inmediato, ¿Mas del 1% de la población dormía en la calle? Sin duda parecía mucho, pero… bueno, lo afirmaba el experto. Y el problema, hasta entonces inadvertido, se vio súbitamente catapultado a la conciencia nacional. Snyder llegó a testificar ante el Congreso acerca de su magnitud. Se dice también que ante un público universitario que declaró que cada segundo fallecían 45 personas sin techo, lo que significaría la friolera de mil cuatrocientos millones de sin techo muertos al año. (Entonces la población de EEUU era de aproximadamente 225 millones).Suponiendo que Snyder dijo mal o se citaron mal sus palabras y quería decir que un sin techo moría cada 45 segundos, eso siguen siendo 701.000 sin techo muertos al año, aproximadamente un tercio de todas las muertes producidas en el país. Hmmm. Finalmente, cuando Snyder fue presionado acerca de su cifra de 3 millones, admitió que se lo había inventado. Los periodistas habían estado acosándolo en busca de un número concreto, dijo, y no quiso que se fueran con las manos vacías.
Quizá resulte triste, pero para nada sorprendente, descubrir que experto como Snyder son capaces de actuar en beneficio propio hasta el punto de engañar. Pero no pueden engañar solos. Los medios de comunicación necesitan a los expertos tanto como los expertos a los medios. Todos los días hay páginas de periódicos e informativos de televisión que llenar, y un experto que aporte una noticia discordante siempre es bienvenido. Juntos, periodistas y  expertos son los artífices de gran parte de la sabiduría convencional.
La publicidad también es una herramienta magnífica para crear sabiduría convencional. El Listerine, por ejemplo, fue creado en el siglo XIX como un potente antiséptico quirúrgico. Más tarde se vendió, destilado, como limpiador de suelos y como remedio contra la gonorrea. Pero no se convirtió en un éxito arrollador hasta los años veinte, cuando fue lanzado como solución a la “halitosis crónica”, lo cual por entonces constituía un oscuro término médico. Los nuevo anuncios de Listerine mostraban a hombres y mujeres tristes, ansiosos por casarse, pero a quienes daba asco el aliento a podrido de su pareja. “¿Puedo ser feliz con él a pesar de eso?”, se preguntaba una doncella. Hasta ese momento no se había considerado que el mal aliento constituyera una catástrofe. Pero el Listerine se encargó de cambiar las cosas. Como apunta el profesor de publicidad James B. Twitchell, “el Listerine no creó tanto el enjuague bucal como la halitosis”. En sólo 7 años, los ingresos de la compañía ascendieron de  115.000 dólares a más de 8 millones.
Independiente de cómo se cree, la sabiduría convencional puede resultar difícil de cambiar. Paul Krugman, columnista del New York Times y ferviente crítico de George W. Bush, se lamentaba de este hecho cuando a principios de 2004 se emprendió la campaña para la reelección del presidente: “El guión autorizado acerca del señor Bush consiste en que se trata de un tipo campechano, honrado, sincero, y se narran anécdotas que encajan con esa historia. Pero si en lugar de eso la sabiduría convencional dijese que es un farsante, un niño mimado que finge ser un cowboy, los periodistas dispondrían de una gran cantidad de material con el que trabajar.”
En los meses que condujeron a la invasión estadounidense de Irak en 2003, expertos enfrentados presentaron previsiones diametralmente opuestas acerca de las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía ese país, pero, con mayor frecuencia, como ocurrió con las “estadísticas” acerca de los sin techo de Mitch Snyder, una de las partes gana la guerra de la sabiduría convencional. Los defensores de los derechos de la mujer, por ejemplo, han realizado una gran campaña acerca de la incidencia de la violencia machista, declarando que una de cada tres norteamericanas será a lo largo de su vida víctima de la violación o de intento de violación. (La cifra real se acerca más a una de cada ocho, pero sólo una persona insensible se atrevería a defenderla públicamente.) Las persona que trabajan en la cura de enfermedades terribles recurren a lo mismo con regularidad. ¿Por qué no? Una mentirijilla creativa puede atraer atención, indignación y – tal vez lo más importante – el dinero y el capital político necesarios para tratar el verdadero problema.
Por supuesto, un experto, ya sea alguien que trabaja a favor de la mujer, un asesor político o un ejecutivo de publicidad, suele contar con incentivos diferentes de los que disponemos el resto de nosotros. Y los incentivos de un experto pueden dar un giro de 180 grados, dependiendo de la situación.






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